Goseong (Corea del Sur)- Profundamente marcada por la guerra y la división entre las dos Coreas, la provincia surcoreana de Pyeongchang vive con alivio la participación de sus vecinos del Norte en los que ya se conocen como los "Juegos de la Paz".
Las rejas y el alambre de espino comienzan a enmarcar las playas a poco que se conduzca en dirección norte desde la ciudad costera de Gangneung, una de las sedes de estos Juegos de Invierno.
Son solo uno de los muchos ornamentos que recuerdan que la provincia de Gangwon, al este de Seúl, es un territorio limítrofe con Corea del Norte, país con el que el Sur sigue técnicamente en guerra desde hace más de 65 años, y que ha sido objeto de repetidas infiltraciones por parte de operativos del régimen de los Kim.
Sucedió por ejemplo en la misma Gangneung en septiembre de 1996, cuando un submarino espía norcoreano -cuyo casco se exhibe ahora en un parque de la ciudad- encalló y su tripulación trató de llegar a pie a la frontera, situada a unos 90 kilómetros en dirección Norte.
El episodio deparó la ejecución de varios tripulantes a manos de sus propios compañeros y una auténtica cacería humana emprendida por el ejército surcoreano que concluyó casi dos meses después cuando el último de los agentes norcoreanos fue abatido a tiros.
Cuanto más se aleja uno de Gangneung más se van sucediendo las alambradas, los puestos de vigía o las defensas antitanque hasta llegar a la mismísima zona desmilitarizada (DMZ), la tensa frontera que separa a ambos países.
"Hasta ahora Gangwon ha sido un sitio peligroso. Es un destino arriesgado así que nadie ha querido invertir", contó en un reciente encuentro con EFE y otros medios el gobernador de la provincia, Choi Moon-soon, en el cargo desde 2011, cuando PyeongChang fue elegida sede de los Juegos.
Suya ha sido la responsabilidad de invertir 11.000 millones de wones (8,15 millones de euros) para modernizar la segunda mayor provincia de Corea del Sur, aunque la menos poblada.
También es la única que quedó literalmente partida por la mitad con la división de las dos Coreas en 1945, y ese hondo desgarro es algo muy patente para las gentes de Gangwon.
"Estoy contento a muchos niveles con los acuerdos (para que el Norte participe en los Juegos). Principalmente porque representa una mayor seguridad para visitantes y atletas", confesó Choi, que aseguró que él y el resto de residentes de Gangwon perciben a diario "la amenaza" de la guerra por vivir junto a la frontera.
Esa amenaza se ve y se siente en el Museo de la DMZ situado en el fronterizo condado de Goseong.
Desde la megafonía usada para radiar propaganda al Norte, a minas antipersona o fragmentos de las rondas de artillería con las que el régimen atacó en 2010 la isla surcoreana de Yeongpyeong dejando cuatro muertos: el museo exhibe cualquier material imaginable relacionado con siete décadas de guerra y división.
"Nací en Gangwon y cada día abro los ojos y veo Corea del Norte desde aquí. La veo, pero no puedo ir ahí si quiero. Hice el servicio militar en esta frontera hace algo más de 20 años. Para mi esta división no es historia. Es algo que vivo todos los días", cuenta Noh Yeon-su, responsable de la colección permanente del museo.
Noh, de 45 años, dice estar "muy emocionado" de que las dos Coreas vayan a participar en los Juegos y se muestra convencido de que existen más áreas en las que los dos países pueden coordinarse en el futuro para lograr un mayor acercamiento.
"La verdad es que sueño con poder ver antes de morir el día en que haya aquí una caída del muro de Berlín al estilo coreano", afirma.
Jeong Hong-yeon, estudiante de posgrado de 27 años que se encuentra visitando el museo, no se muestra tan entusiasta y ni siquiera sabe si comprará una entrada para ver alguna prueba en los Juegos.
"En todo caso el nuevo Gobierno (del presidente liberal Moon Jae-in) está más abierto a comunicarse con el Norte y eso no puede ser malo", estima.
No lejos del museo y del observatorio anexo -desde el que se divisa el norcoreano monte Kumgang - se encuentra una antigua casa de veraneo del mismísimo Kim Il-sung, fundador de Corea del Norte y abuelo del actual líder.
Cuando la línea fronteriza fue desplazada apenas unos kilómetros hacia el Norte al término de la Guerra de Corea (1950-1953) la vieja villa quedó de repente en el lado Sur como otro testigo mudo más de la trágica historia intercoreana.
Una dramático relato del que está a punto de escribirse otro importante episodio durante el transcurso de los Juegos de PyeongChang.
Andrés Sánchez Braun