Madrid, 16 jul (EFE).- El primer desmentido llegó en enero de 2020, cuando Japón acababa de prohibir la entrada al país de personas contagiadas por el brote de coronavirus surgido en la ciudad china de Wuhan.
"No hay ningún hecho que indique eso. Quiero desmentirlo. El Gobierno de Tokio no ha recibido ninguna consulta del COI sobre ello", afirmó el día 31 la gobernadora de la prefectura de Tokio, Yuriko Koike, sobre la posibilidad de cancelar los Juegos Olímpicos.
Menos de 3 meses después, el 24 de marzo, la emergencia internacional declarada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) se había convertido en pandemia y el Gobierno japonés y el COI acordaron aplazar los Juegos por un año.
Ese plazo extra llega ahora a su fin sin que el covid-19 haya dejado de ser una amenaza, aunque las campañas de vacunación permitirán que se celebre la cita deportiva con alrededor de un 85% de los participantes inoculados. No serán los Juegos de la pospandemia; serán los Juegos durante la pandemia, en una ciudad en estado de emergencia.
La decisión de aplazar los Juegos, sin precedentes en los 125 años de historia olímpica, fue demorada hasta el límite. El 3 de marzo de 2020 la Ejecutiva del COI aún expresó su "total compromiso con el éxito de los Juegos Olímpicos Tokio 2020 que tendrán lugar del 24 de julio al 9 de agosto".
Pero las cifras trágicas de muertes y de contagios a escala planetaria, la cancelación de todas las pruebas deportivas clasificatorias y el confinamiento en sus países, a menudo en sus propias casas, de los deportistas olímpicos terminaron con cualquier esperanza de unos Juegos en sus fechas originales.
En medio del dolor que se extendía por el mundo, los foros deportivos se llenaron de imágenes esperanzadoras de atletas que se entrenaban subiendo las escaleras de su edificio y de nadadores que daban brazadas en una piscina de goma. Había ganas de Juegos.
Las redes sociales mostraron retos entrañables: Caster Semenya ganó a Cristiano Ronaldo en una competición de abdominales, Armand Duplantis desafió a Renaud Lavillenie a saltar con la pértiga desde el jardín de sus respectivas casas, Simone Biles dio una clase de cómo quitarse los pantalones haciendo el pino.
Once mil deportistas tuvieron que revisar sus planes, su preparación y su vida casi de un día para otro. "Un desafío sin precedentes", afirmó el presidente del COI, Thomas Bach.
Desde su restauración en 1896 los Juegos habían superado boicots, guerras mundiales, atentados e injerencias políticas. Pero ningún manual hablaba de cómo actuar en caso de pandemia.
Lo que hizo el COI fue poner sobre la mesa 800 millones de dólares para hacer frente a los sobrecostes del aplazamiento. Más de 100 llegaron a federaciones internacionales y comités nacionales para que siguieran funcionando y apoyasen a los deportistas.
Los organizadores, por su parte, tuvieron que incrementar un 21 % el presupuesto anunciado en 2019, hasta los 15.400 millones de dólares, debido a los gastos derivados del retraso de la competición y de las medidas anticovid. Hubo que renegociar contratos para el uso de las sedes y pagar nuevos salarios al personal.
La llegada de los test de detección del coronavirus y de las vacunas fue una bendición para la familia olímpica. La prioridad pasó a ser que los Juegos se disputasen sin poner en riesgo a los atletas, pero tampoco a la población japonesa, por lo que el COI -que ya había recibido un paquete importante de dosis de China- firmó en mayo un acuerdo con Pfizer y BioNTech para que las farmacéuticas donasen vacunas a los participantes olímpicos.
Deportistas, entrenadores, árbitros, dirigentes y periodistas acreditados de todo el mundo fueron convocados para recibir su inyección y viajar a Japón de forma segura. Ello no les librará de vivir en una burbuja, con los movimientos restringidos a su alojamiento y a las sedes de competición y prohibiciones como las de callejear o tomar el transporte público.
La última mala noticia fue, a menos de un mes de los Juegos, la confirmación de que se disputarán a puerta cerrada. Dejarán de ingresarse 800 millones de dólares por venta de entradas pero, al menos agazapado entre el público, el coronavirus no se sentará en las gradas de los estadios olímpicos.
Natalia Arriaga