La elección de un entrenador siempre genera debate. Los más conformistas van a estar contentos independientemente de quién ocupe el banquillo del
Betis, a todos le otorgan una oportunidad sin mirar minuciosamente su currículum. Los exigentes sólo quedan satisfechos con un técnico que les haga soñar con grandes logros. Y los descontentos por sistema sólo detectan defectos en el mejor de los pretendientes.
El fichaje de
Rubi, si finalmente rubrica su contrato con el conjunto bético, no va a ser una excepción. Donde unos ven a un entrenador que ha descendido con dos equipos a
Segunda división en dos temporadas consecutivas (
Levante, tras sustituir a Lucas Alcaraz en octubre, y
Sporting, relevó a Abelardo); otros se quedan con sus logros: el
ascenso del Huesca por primera vez en su historia a Primera división y la
clasificación para la Europa League este año con el Espanyol.
Capacidad y experiencia tiene, eso es indudable, así como un estilo de juego que podría dar continuidad al modelo de
Setién. Hay, sin embargo, un factor aún más determinante para que su previsible paso por el
Betis acabe en éxito: que su incorporación sea una
elección de consenso en la comisión deportiva. Y lo es.
Serra Ferrer lo propuso inicialmente y, aunque se han manejado otros nombres, finalmente
Haro y
Catalán han considerado que es la mejor opción para mantener la filosofía de juego que quieren implantar en el Betis.
A sus 49 años, y tras casi veinte en los banquillos, a
Rubi -como jugador llegó a militar en Segunda B- le llegaría la oportunidad de su vida. Dejará malestar en el
Espanyol y sus aficionados, pero podría consagrarse en un club que también busca importantes éxitos deportivos.