De un
Sevilla soberbio en
Italia ante la
Lazio, a un
Sevilla indolente en
Villarreal. Un Sevilla capaz de ganar con autoridad al Barça en Nervión... y de entregarse cual presa sumisa que se entrega sin pelear en el Camp Nou. De eliminar cómodamente al
Athletic en Copa, a no competir en el
Bernabéu. Un Sevilla de dientes de sierra capaz de lo mejor y de lo peor. Lo mejor suele hacerlo en casa y lo peor, casi siempre, lejos del
Sánchez-Pizjuán.
El vicio, además, se está convirtiendo en una preocupante costumbre. Y cuando se le pierde el respeto a lo que no está bien hecho, conviene actuar. Las dudas respecto a lo futbolístico tendrán que resolverlas los técnicos. A vista de pájaro, se intuye que el equipo baja el nivel cuando en el engranaje entran piezas que aún no han tenido continuidad, como
Amadou, o las que están en el pleno proceso de adaptación, como los recién llegados
Munir y
Wöber, que apuntan buenas maneras, pero que está aún faltos de minutos y competición.
Tal vez la plantilla sea mucho mejor en ataque que en defensa, donde se echa en falta
liderazgo, contundencia, calidad y capacidad de concentración -sin cometer errores durante todo un partido- en casi todos los centrales. Lo más grave, en todo caso, es la actitud de un equipo mentalmente endeble que se 'raja' al primer contratiempo, que suele ser al primer tanto encajado, y que se desordena y se descompone buscando una reacción.
En terreno resbaladizo donde un giro bruco puede desencadenar en tragedia,
Machín debe encontrar las soluciones futbolísticas y exigir el compromiso que eviten unos dientes de sierra con los que no se puede aspirar a ganar la
Europa League ni a conquistar la cuarta plaza.