Lo tuvo con
Juande Ramos, un molde -un estilo de juego- con el que se sentía plenamente identificado la afición y que dio origen a la primera etapa del
Sevilla campeón. Lo tuvo con
Unai Emery, con algunas fases brillantes, pero con un aire conservador que dejaba insatisfecho a quienes querían un equipo dominante (títulos ganados a pesar de Unai, se decía con sorna). Y ante el
Madrid volvió a verse un fútbol total, muy similar al de
Juande, que puede ser la semilla de un extraordinario proyecto.
La engañosa 'manita' ante el
Standard -así titulé mi opinión tras esa goleada-, tuvo continuidad con el 2-6 frente al Levante, pero la sensación de vulnerabilidad defensiva restaba valor a los méritos en ataque. El círculo se cerró en una impresionante primera mitad -y buen segundo tiempo- ante el todopoderoso conjunto merengue, con ramalazos del debut en
Vallecas (1-4).
Machín ha ajustado y ha dado con la tecla: hay un modelo que sirve para ganar y que conecta con la grada. Todos defienden y todos atacan en un sistema de piezas solidarias que funcionan como una máquina perfecta.
Intensidad en la resta en todas las zonas del campo; apoyos y desmarques para el ataque estático; velocidad y movimientos calculados en contragolpes; colmillos afilados en área propia y contraria; un portero que ordena, manda y para, a veces, lo imparable; capacidad de sufrimiento, madurez y manejo del 'otro fútbol'... la teoría que cualquiera intuye hecha realidad sobre el campo en un molde que, seguramente, hará bueno a todo el que se integre en el mismo.
Con
Juande se perdió la oportunidad de implantar un modelo de éxito. El fútbol de
Unai no enamoraba a todos, dividía a la grada.
Machín ha convencido a unos jugadores encantados con su pizarra, a la que han vuelto, por cierto, las jugadas de estrategia. El proyecto de Caparrós ya tiene lo más difícil: el esbozo de un molde exportable a la cantera que ha activado la conexión perdida afición-equipo.
Joaquín Adorna