En su día, así lo quería
Del Nido y la frase quedó acuñada como el mejor reflejo del nivel de exigencia que quería en el club:
cada derrota, una crisis, como pasa en los clubes poderosos. Retumbaban horas después de perder los cimientos del
Sánchez-Pizjuán, se revisaban todos los mecanismos para encontrar posibles errores, culpas y responsabilidades, y se ajustaba el engranaje para tratar de evitar una segunda caída consecutiva. ¿Estaba ahí parte del secreto en la primera etapa de títulos?
Con otro carácter, con más calma, con
Monchi y con las estructuras establecidas,
Pepe Castro ha mejorado ese primer ciclo con otra etapa dorada jalonada de más títulos y éxitos deportivos. Sin embargo, ya el pasado año se montaron varias crisis pese a que el equipo logró unos históricos
cuartos de final de Champions y pese a que alcanzó -no compitió- otra
final de Copa. Con un sentido diferente a aquella frase original, el Sevilla ha vuelto a instalarse en la
insoportable presión que implica sobreponerse a una crisis por derrota.
Las razones que han generado el clima de crispación son más que conocidas por todos y se resumen en la enorme dificultad de crear
un nuevo Sevilla sin Monchi, por todas las funciones que su figura aglutinaba en el club.
Sobre Castro, Caparrós y Machín recae ahora la responsabilidad de volver a colocar al club en la senda adecuada.Castro, con los
rumores de venta de acciones y con una masa crítica a su gestión -la gente se salta el proceso lógico y mira al palco antes que al banquillo-, bastante tiene con intentar aportar estabilidad institucional.
Caparrós, convencido de haber creado un plantel competitivo, tendrá que arropar a
Machín al tiempo que trabaja para el mercado invernal. Y este último debería resetear, aplicar el sentido común para encontrar el sistema de juego que haga buenos a los jugadores y ganar partidos para eludir la crisis que en el
Sevilla implica cada derrota.