Es imposible educarlos. Son niños violentos demasiado grandes y se les ha pasado el arroz. A ellos y a quienes no fueron capaces de cortar determinadas actitudes en la más tierna infancia. ¿No se les veía venir? Seguramente, muchos de los que arremetieron, sin previa provocación según cuentan testigos presenciales, contra quienes cenaban en un local de
Sevilla, tienen ya sus antecedentes: expulsiones de centros escolares, detenciones, agresiones€ Quizás hubiera una excepción, alguno que perdiera su virginidad en un sangriento bautismo con heridos de arma blanca. Poco importa a qué grupo representan o dicen representar. Ninguna trascendencia debemos dar a que los agredidos llevaran la indumentaria propia de un grupo ultra de la
Juve.
Los cobardes que a sangre fría, encapuchados, armados con navajas, bates de béisbol, ladrillos€ protagonizaron tan triste acto vandálico no pueden representar a nadie porque son incapaces de representarse con dignidad a ellos mismos. A estos energúmenos a los que sí podemos encasillar como lacras de la sociedad sólo se les combate identificándolos y sancionándolos. Llevamos años contando y denunciando actos violentos de ultras...
¿sevillistas? ¿Biris? Si son abonados del
Sevilla F.C. y si su identidad coincide con la de quienes maneja la policía, no hay tiempo que perder. Que todo el peso de la ley caiga sobre ellos con el mayor de los castigos posibles. Que no vuelvan a pisar un recinto deportivo. Que se le imponga una fortísima sanción económica. Que aprendan de una vez que quien la hace, la paga. Ni un día más dejándoles campar a sus anchas en manadas organizadas con una única finalidad: hacer daño.
Hubo un tiempo en que los clubes les utilizaban y, como contrapartida, les respaldaban. Ya no tanto. Ni los clubes, ni el resto de aficionados, ni la sociedad puede permitir que unos cuantos siembren odio y miedo para acabar manchando el nombre de la ciudad en la que viven y de los equipos a los que supuestamente animan. Sáquenlos del anonimato, que se avergüencen de quiénes son, y castíguenlos. A corto plazo, por desgracia, no hay otra solución. Con la educación sólo podemos salvar a futuras generaciones.