Sí, otra vez. Otra vez se escuchan temblores en el banquillo del Sevilla FC, donde el sillón del entrenador se ha convertido en una silla caliente que acaba abrasando prácticamente a todo el que apoya sus posaderas. El empate (y gracias) de este pasado sábado ante el Rayo Vallecano señala a José Luis Mendilibar. La grada del Ramón Sánchez-Pizjuán ha subido un nivel y ha pasado de los murmullos a los primeros pitos, algo que los cercanos precedentes pintan como un mal augurio. El cabezazo de En-Nesyri en el séptimo minuto del tiempo añadido sirvió para arañar un punto y matizar un poco el dramatismo que se respiraba en Nervión con el 0-2, pero al técnico vasco no le ayuda en absoluto el roce con un peso pesado del vestuario como Fernando Reges y tampoco sus palabras en rueda de prensa reconociendo que se equivocó "de pe a pa" pero señalando a sus jugadores: "Podría haber cambiado a tres o cuatro antes del descanso".
Ocho puntos de 24 posibles en ocho jornadas de LaLiga EA Sports, con cuatro derrotas, dos empates y sólo dos victorias para volver a coquetear con la zona de descenso. Dos puntos de seis en las dos primeras citas de la Fase de Grupos de la UEFA Champions League ante RC Lens y PSV Eindhoven. En total, dos partidos ganados de 10. Ése es el pobre balance de un Sevilla FC que arrancó la temporada con tres derrotas seguidas -peor inicio de su historia- y que daba la sensación de ir a más a medida que se iban integrando esos fichajes que tanto tardaron en llegar.
Sin embargo, ha alcanzado el segundo parón del curso con una negativa racha de tres encuentros seguidos sin ganar y con crecientes dudas sobre el juego, sólo maquillado por arreones de orgullo cuando ya todo parece perdido. "¿Por qué no salimos así desde el principio?", preguntaba de manera retórica Ivan Rakitic tras el duelo con los vallecanos. Eso mismo exclama todo el mundo. De momento, Mendilibar seguirá, pero los dirigentes del club y el míster tienen previsto reunirse entre la tarde del domingo y la jornada del lunes, con su representante -el mismo de Andoni Iraola, por cierto- a la expectativa por si tuviera que volar de urgencia a tierras hispalenses.
Da la sensación de que Mendilibar ha ido metiéndose en un lío él solito, eligiendo mal los tiempos para apostar por los veteranos del plantel y ahora señalándoles, como ayer con Fernando, suplido en el 40' en un gesto que el brasileño se tomó como una falta de respeto. Y eso que arrancó el curso reivindicando confianza y continuidad para aquellos que ganaron la séptima Europa League y se clasificaron para la Champions apenas unos meses antes, aunque la imagen del equipo pedía a gritos la inclusión de recién llegados como Djibril Sow o Dodi Lukébakio e incluso el relevo en la portería, por mucho que Orjan Nyland esté lejísimos del nivel de Yassine Bono.
El de Zaldívar acabó viendo que no era factible un doble pivote Jordán-Rakitic, que el belga es uno de los pocos capaces de romper al espacio, tuvo que recurrir a Adrià Pedrosa ante la lesión de Marcos Acuña y Sergio Ramos aterrizó directamente en el once inicial; pero sigue sin verle sitio a Soumaré, Mariano ya lleva dos lesiones musculares y el juego del equipo da un paso hacia adelante y dos para atrás.
Las dudas crecen tras cada encuentro y en las entrañas del Sánchez-Pizjuán poco a poco va reapareciendo el debate suscitado a finales de la 22/23, cuando el estatus de Mendilibar crecía y pasaba de ser un parche para apagar un fuego puntual a ser renovado, en una decisión muy merecida pero que no suscitaba consenso en una plana mayor de la que Monchi salió de manera abrupta.
¿Y ahora qué? Porque por un lado el vasco merece un poco de confianza y por otro cada día que se pierde puede ser determinante. No obstante, la economía del club no está para pagar más finiquitos (se dejó una pasta en los de Lopetegui y Sampaoli) y, además, tampoco le ha ido demasiado bien con los relevos a mitad de curso. De hecho, el único que ha salido bien es el del propio 'Mendi'. El Sevilla FC tiene experiencia de lo complejo que resulta confeccionar una plantilla a gusto de un técnico y luego traer a mitad de curso al que más convence (o menos desagrada) de los que estén disponibles.
Entre los exitosos tres años y medio que estuvo Unai Emery (de enero 2013 a junio de 2016) y las algo más de tres temporadas que pasó Julen Lopetegui (2019-2022) hubo una fase de gran inestabilidad. Pasaron con más pena que gloria Jorge Sampaoli (16/17), Eduardo Berizzo -suplido momentáneamente por Marcucci por enfermedad-, Vincenzo Montella y Joaquín Caparrós, en la 17/18; y en la 18/19 estuvieron Pablo Machín y de nuevo el utrerano.
Lo mismo pinta a suceder tras el adiós del de Asteasu, a quien le suplió de nuevo Sampaoli, empeorando su ya de por sí polémica primera salida, y a éste a su vez un Mendilibar que este pasado sábado vio escenificado cómo ha perdido el apoyo de gran parte de la grada del Sánchez-Pizjuán y también el de de una parte del vestuario. Mala cosa.