Poco fútbol. Prácticamente nada. Sevilla y Betis se anularon perfectamente durante los noventa y muchos minutos de El Gran Derbi que pone fin a este capítulo cainita por lo que respecta a la 22/23. Quizás ganaran los nervionenses a los puntos, pero esto no es boxeo, sino balompié, por lo que se repartieron uno cada uno como buenos hermanos. Bravo cortó de raíz los intentos locales de sobresalir en un empate cantado casi desde el arranque. Porque, con un cuadro de Mendilibar con ocho cambios y bastante cansado, no se entiende que los de Pellegrini, más reposados y con la clasificación para la Europa League como aliciente impagable, salieran a verlas venir. Al trantrán. No se fiaban, seguro, de la gasolina que quedaba en el depósito blanquirrojo, que siempre encuentra fuentes insospechadas para rellenarlo. Con el paso de los minutos, indemnes, los anfitriones fueron ambicionando un triunfo con más valor anímico que deportivo, aunque la Conference no queda tan lejos.
El estado de respeto impuesto desde el calentamiento sufrió pocas rebeliones. Acaso Suso, En-Nesyri, Acuña, Navas y Bryan, los titulares llamados a filas para el sprint final, se tomaron un poco más en serio lo de no conformarse con el 0-0. También Lamela, Rakitic, Gudelj, los más habituales que partieron de inicio, parecían a ratos querer más, pero las piernas no respondían a todos como la cabeza, que invitaba a reservarse para no correr riesgos, como Óliver Torres, de perderse lo de Budapest. Que eso es tan grande que es normal que solape todo lo demás, con la permanencia en el bolsillo desde hace diez días. En el bando verdiblanco, escarceos de Ayoze y poco más que contar. Pellegrini sentó a Luiz Henrique al descanso pensando que podía ver la segunda amarilla, siendo el que más encaraba y buscaba las cosquillas a la zaga nervionense, pero se encontró con que un relevo, Miranda, se llevaba la roja directa.
El entradón del olivarense a Navas afeó un derbi más o menos tranquilo y que habría acabado en paz (y después gloria). El efecto contrario al deseado se produjo en los pocos minutos que quedaban, porque la rabia espoleó al palaciego y a sus compañeros, que decidieron sobre la marcha que ya no estaban tan conformes con el punto. El Betis plegó velas y se defendió con uñas y dientes, sostenido por un Claudio Bravo que, desde que reapareciera en San Mamés, está en un momento descomunal. Apenas un tanto en tres partidos ha encajado el chileno. Y el de Rayo, como se demostró después, ni siquiera debió subir al marcador. La veteranía del de Viluco, el cansancio acumulado y el pragmatismo abrocharon un encuentro de máxima rivalidad que, para ser justos, tuvo tensión, emoción e intensidad, pero poco más.
Tensión, refriegas y poco fútbol en el Sevilla-Betis.