El esperpento de Monchi

Ni el Sevilla ni el isleño han podido gestionar peor su divorcio, una crisis en toda regla que vestirán como separación amistosa que nadie se traga

Óscar MurilloÓscar Murillo
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El esperpento de Monchi
Las tres caras visibles del Sevilla las últimas temporada no han estado a la altura en su desvinculación. - Lince

Que lo único que haya dicho Monchi desde que acabaron los festejos por la Séptima haya sido un pataleo a las puertas del Sánchez-Pizjuán a cuentas de su ausencia en la reunión del consejo de administración ("no he ido porque no me han invitado"), una respuesta escueta al comunicado de su adiós mostrando sus "gracias eternas" a la institución y una declaración encorsetada en la web del Aston Villa, para el isleño "un club colosal", tiene narices. Por no decir otra cosa. Alguien que se ha distinguido por hablar siempre alto y claro, gusten más o menos sus palabras ("lenguarón", lo llamó Lopera), no puede pasar por delante de una nube de periodistas haciéndose el loco y el sordo, amagando el llanto o la media sonrisa. Por silenciar, el ya ex director deportivo del Sevilla FC apagó hasta su WhatsApp, fomentando que la única versión reinante fuera de la del club. El señalado dirá que lo hizo para proteger a la entidad, que siempre prevalecerá. Pero no cuela.

Circula camino de la viralidad un vídeo del susodicho en 2016, en vísperas de su primera 'espantá', en el que decía que nunca se iría cláusula mediante. Nunca digas 'de este agua no beberé' ni 'este cura no es mi padre'. Son tiempos difíciles y, para ser justos, el 'marrón' que se le avecinaba es curioso. Tras una penosa planificación veraniega y una invernal más acorde a su nivel, debió pensar que la reestructuración que necesita la plantilla mejor la haga otro. Con muy poco de lo que sacar plusvalía para rearmarse (como mucho Bono, pues En-Nesyri costó 20 kilos) y una masa salarial digna de equipos de semifinales de Champions, a ver cómo se convence a Suso, Acuña, Rakitic, 'Papu' Gómez, Fernando y compañía que renuncien a su caché. Todos no se pueden quedar ni tampoco marcharse, pero hay lagunas serias que, en gran medida, justifican lo que pasó en la primera vuelta de la 22/23.

La gestión de la renovación de Mendilibar, al que se le exigirá otro milagro, evidencia el desgobierno existente (nunca se recalcó tantas veces que le ofrecieron seguir antes de la final de Budapest, una 'excusatio non petita' sospechosa). Castro y Del Nido Carrasco, otros que dieron la callada por respuesta a una crisis en toda regla, tendiendo antes puentes que sabían inútiles, no se atreven a dar ningún paso en falso por la amenaza del otro Del Nido, Benavente por parte de madre, que sigue en sus trece de volver y desliza que será capaz de revertir las bofetadas judiciales. Lo logrará o no, pero, de momento, ha logrado que los dirigentes actuales exijan a Monchi 3,1 millones de euros para dejarle ir. No merecía su notable trayectoria anterior ese feo y tampoco lo recaudado va a solucionar nada. Ha parecido más un 'a ver quién la tiene más larga' camuflado de 'como te libere gratis me van a dar por todos lados'. Dice una ley impepinable del fútbol que los jugadores (buenos, se entiende) acaban jugando donde quieren. Si se traslada al mundo de los altos ejecutivos, alguien del prestigio de Rodríguez Verdejo se sale al final con la suya.

La vez anterior, con la Roma como destino, el Sevilla que dejó en Champions no la volvió a pisar hasta su vuelta. Ni a tocar plata. Desde 2019, cuatro clasificaciones consecutivas para la máxima competición europea y dos títulos de la Europa League. Ahí están los méritos de su gestión. Que no le discute nadie. Se le discuten otras cosas, empezando por su exceso de histrionismo, protagonismo y populismo, con espectáculos dantescos en varios campos, sobre todo un Benito Villamarín en el que fue declarado 'persona non grata'. Sería injusto, de todas maneras, echarle toda la culpa del esperpento que, durante dos semanas, han escenificado a las puertas de la 'Bombonera' de Nervión. Los divorcios son dolorosos y siempre dejan secuelas. Es inevitable. Vestirlos, como se antoja que harán en la despedida pendiente desde el antepalco, de separación amistosa resulta arriesgado. Porque tomar a la gente por tonta nunca fue el mejor camino. Las cosas, por su nombre. Se busca sustituto sin lazos sevillistas. Otra consecuencia indiciaria de las desavenencias que había.