He estado días pensando, egoístamente, en si me convenía o no escribir esta columna de opinión. Ni siquiera me he atrevido a utilizar mis redes sociales. Tenía y tengo miedo. A la repercusión, a las reacciones de quienes, especialmente en este vertedero en que se ha convertido Twitter, vomitan su rabia y su ira sin molestarse en leer una sola línea. Aquí, enseguida, te cancelan, como se dice ahora. Que usamos titulares ambiguos, que incitamos al clic... Tócatelos y di gloria, que decía mi abuela. Vivimos de eso, hijos. Lo mismo que el frutero o el pescadero ponen en el escaparate y cerca del cliente el género más apetitoso a simple vista, aunque en la bolsa caiga alguna pieza madura de más. Igual que nadie va a una entrevista de trabajo en chándal, aunque sea su prenda diaria. Insinuar, no enseñar. Aunque aquí me estoy yendo ya por las ramas y metiendo en camisa de once varas. Viene al caso, de todas formas. Creo que se entenderá mejor.
Irene Montero me cae regular nada más. Y juro que me dan exactamente igual los méritos que reuniera para acceder al cargo que ocupa, porque no está la Política española sobrada de talento vocacional en el servicio público. La mayoría, con un puesto, un despacho, un sueldo inflado y unas dietas, cae en la tentación de ser corrupto o, en el mejor de los casos, de favorecer al familiar o amigo de turno. Todo eso tiene nombres acabados generalmente en 'ismo' y no se inventaron en el siglo XXI, precisamente. La titular del Ministerio de Igualdad será la mujer de Pablo Iglesias, como Adolfo Suárez Illana es hijo de quien es. Seguramente, en otras condiciones o con nombres distintos, ni ellos habrían tenido recorrido en el Congreso de los Diputados ni el hijo y nieto de Matías Prats en los medios de comunicación. Y, como no tengo nada contra mi compañero de profesión, tampoco debo tenerlo hacia los otros.
Pablo Motos dedicó un buen rato en 'El Hormiguero' a despotricar contra el famoso anuncio en el que no había que ser un lumbreras para descubrir cómo le señalaban por la preguntita de marras a Elsa Pataky. ElXokas interrumpió un par de minutos su 'streaming' para, sin desvelarlas, anunciar medidas legales por calumniarle. El Colegio Mayor Elías Ahuja ya tiene suficiente, por lo que decidió callar. Como el Real Betis. No porque otorguen, sino, seguramente, por correr un tupido velo sobre un cántico que, en su día y ahora cuando se recuerda, repugna. Se podía y se pudo defender a Rubén Castro, creerle, darle un voto de confianza al menos o, simplemente, separar la persona del deportista, a quienes, por cierto, acabó dando la razón la Justicia. Pero esos gritos desde Gol Sur... A cualquiera que se vista por los pies, sea del género que sea, le deben producir rechazo, asco y desprecio.
Justificar tales comportamientos u otros muchos que se reproducen en la televisión, el resto de medios de comunicación o el deporte me parece deleznable. Explicarlos sí es más factible. Vivimos en una sociedad, por desgracia, machista. Por fortuna, me he criado en una familia en la que a mi madre la trataron siempre con respeto, con amor, con comprensión. Mi padre, de eso concretamente, no es sospechoso. Pero su educación fue indudablemente misógina, machista, racista y homófoba. Algo de eso le queda, por supuesto, pero no lo transmitió a sus dos hijos, que crecimos con libertad de opinión y pensamiento. Si miro más hacia arriba en el árbol genealógico, hay que echarse las manos a la cabeza. Y me arrepiento con toda mi alma, bien lo sabe Dios, de alguna broma en ese tono que solté en la redacción delante de compañeras y amigas como Sonia Mora, Encarni Navarro, Isabel Morales o Gracia Ávila, que aguantaron por cariño lo que no tenía razón de ser.
Mi esperanza está en las nuevas generaciones. Mi hijo, Martín, acaba de cumplir tres años y no entiende, aunque entenderá. Mi ahijada Vanesa hará nueve la víspera de Reyes y, desde que entró en el colegio, habla con naturalidad sobre un amiguito que tiene dos mamás, un compañero que no era chino, sino japonés, y un chiquillo autista al que protege y ayuda todo lo que puede. Y, a su alrededor, como de mi niño, habrá magrebíes, gitanos, payos, suramericanos... Y otros de aquí o de donde sea a los que les terminarán gustando los de su mismo sexo. O género, perdón. Y los que queden, quizás yo no lo vea, los aceptarán con normalidad. Pero, hasta que todo eso llegue, necesitamos que se gaste el dinero público también en señalar, en denunciar. Motos y Xokas, que se tapen. 'Excusatio non petita, acsusatio manifesta'. Las redes, ese arma de doble filo que ahora te encumbra y luego te hunde, han rebuscado en las hemerotecas. Así que mejor agachamos todos la cabeza, yo el primero, porque ninguno es ejemplo de nada.
Ellos dirán que tampoco lo pretenden. Con resbalones como la letra pequeña de la nueva ley, Montero y sus ayudantes están apuntando con vehemencia al problema a través de los problemáticos. No es Pablo, ni el gallego, ni los del Villamarín. Parafraseando a estos últimos, "sí fue su culpa, porque no lo hicieron bien". Pero la raíz es más profunda. Y seguramente con ellos, conmigo, con mi padre, con muchos de nosotros, ya no haya demasiada cura. Por eso, sólo sí puede ser sí. Pagará algún justo entre tanto pecador, como pasa siempre. Pero estamos hartos de casos de violencia machista que acaban con una mujer en la tumba. O con sus hijos, por hacerles daño. Que también hay hombres que son víctimas de una fémina malnacida no me cabe ninguna duda. Conozco a varios, de hecho. Pero los victimarios son mayoría y manchan el nombre de los que tratamos de comportarnos en condiciones, aunque un día reímos la gracia a 'Martes y Trece'. Hoy, Millán Salcedo se avergüenza en la tele y se niega a repetir aquellas bromas tan normales en los años 80 de "mi marido me pega". Porque muchos pegaban. Ya lo del lenguaje inclusivo, perdónenme, tengo que tomármelo a broma. O a chiste. Ma(s)chistes. Sí, sé que no tiene ninguna gracia. Lo otro, tampoco.