Los
incidentes ocurridos el martes en la final de la
Copa de Rusia disputada en el estadio Fisht de Sochi han puesto en evidencia a Rusia ante la FIFA con vistas a la
Copa Confederaciones y a la
Copa Mundial en 2018.
Varios centenares de aficionados del Lokomotiv invadieron el terreno de juego después de que
Ígor Denísov marcara el primer gol del encuentro y se lanzara a celebrarlo con el fondo donde se encontraban concentrados los aficionados de su equipo. El cordón policial no pudo frenar el empuje de los seguidores del equipo moscovita, que entraron en el campo cuando aún faltaba un cuarto de hora para el final del encuentro.
Los miembros de los servicios de seguridad se mostraron incapaces de detener a los aficionados, algunos de los cuales cruzaron todo el campo para abrazarse en la portería contraria con el guardameta de su equipo.
Tras esa invasión del campo, la policía ya no consiguió que cientos de aficionados del Lokomotiv abandonaran el campo tras la portería del equipo rival, el modesto Ural, que a la postre acabaría encajando un segundo gol en el minuto 90.
Durante la vuelta de honor y la ceremonia de entrega del trofeo los seguidores del campeón siguieron desafiando a la policía y accedieron al campo entre los olés de los aficionados en las gradas. En verdad, los ultras rusos ya demostraron en la pasada Eurocopa de Francia que no tienen nada que envidiar a los "hooligan" ingleses, lo que casi le cuesta la
expulsión del torneo de su selección.Los incidentes coincidieron con la puesta de largo del estadio Fisht, reconvertido en espectacular templo futbolístico tras acoger las ceremonias de apertura y clausura de los
Juegos Olímpicos de Invierno en 2014. A la vista de que el partido era un ensayo de cara a la Copa Confederaciones, la organización local despierta muchas dudas, aunque la culpa pueda recaer en las autoridades locales de Sochi, más que en el comité organizador.
El
viceprimer ministro y presidente de la Unión de Fútbol de Rusia (UFR),
Vitali Mutkó, había asegurado poco antes del partido que casi todo estaba preparado para la celebración del torneo en el que participarán Alemania, Portugal, Chile y México, entre otros.
Las autoridades de la región de Krasnodar también insistieron en vísperas del encuentro que se habían adoptado las medidas de seguridad necesarias para garantizar el orden durante la final de Copa.
Periodistas rusos reconocieron que la organización del partido había sido una "catástrofe", ya que incluyó también el
lanzamiento de bengalas, algo estrictamente prohibido en muchos estadios de Europa, aunque otros intentaron quitarle hierro al asunto. En las gradas se encontraba
Collin Smith, jefe de Competiciones de la FIFA, quien había expresado antes del encuentro su curiosidad por ver cómo se comportaba el estadio de Sochi.
Precisamente, el comité organizador introducirá en la Copa Confederaciones la necesidad de un carné del aficionado para poder acceder a los estadios, una forma de evitar la presencia de ultras, tanto rusos como extranjeros.
Aunque el Gobierno ruso ha aprobado una ley para endurecer los castigos contra los ultras de fútbol, que incluye su deportación, y se ha reservado el derecho a elaborar listas negras, la organización del Mundial tendrá que hilar muy fino ante la avalancha que se avecina.
Al engorro contribuyeron los futbolistas que se enzarzaron en una pelea callejera con puñetazos y patadas voladoras que estuvieron a punto de provocar una batalla campal en el descuento del partido y que le costó la expulsión por roja directa a cuatro jugadores.
La buena noticia fue el estadio, con un césped impoluto y capacidad para más de 40.000 espectadores, y que acogerá cuatro partidos de la fase previa y las semifinales de la Copa Confederaciones en junio, y otros tantos partidos y uno de los cuartos de final de la Copa Mundial dentro de un año.