El pasado sábado, una veintena de hinchas cercaron a un aficionado del
Belgrano de Córdoba, lo golpearon y lo arrojaron por una grada. Su
muerte, que circuló por televisiones y redes sociales del mundo, vuelve a señalar al fútbol argentino como un espacio viciado por la sombra de la violencia.
Según las primeras investigaciones, el instigador avisó a sus seguidores de que la víctima, aficionado del mismo equipo, era en realidad hincha del equipo rival, el
Talleres de Córdoba, lo que provocó el linchamiento del joven, de 22 años, que murió dos días después a causa de las heridas producidas por los golpes que recibió.
En
Argentina, cada muerte que se produce en el ámbito futbolístico reabre un debate sobre los vínculos entre la cultura que rodea al deporte rey y la violencia, que ya se ha llevado la vida de
318 personas, según los datos de
Salvemos al Fútbol, asociación creada en 2002 para luchar contra esta problemática.
De acuerdo con
Federico Czesli, antropólogo e integrante de la asociación, la violencia en el fútbol argentino -o las violencias, como matiza- tiene numerosas raíces que complican una eventual solución no sólo a las muertes, sino al clima de hostilidad que se vive en los estadios.
Al hablar de este problema en el país surge casi con unanimidad un concepto: "barras bravas". Son las famosas agrupaciones de hinchas radicales de los clubes en Argentina, lo que en el exterior se conoce como "ultras" o algo parecido a los "hoolingans" ingleses de los años 70 y 80.
Sin embargo, las barras bravas no pueden entenderse sólo como un bloque de aficionados extremos y por lo general violentos: "Crimen organizado, negocio detrás del espectáculo, negociar puestos de jugadores, tener un espacio de merchandising... todo eso tiene que ver con un negocio exclusivo de las barras", explica a Efe
Pablo Carazzo, periodista experto en estas organizaciones.
Aún así, el periodista asegura que estos grupos son delincuentes, pero no necesariamente violentos.
Efectivamente, la violencia va mucho más allá de las "barras", según
Czesli, quien entiende que en esta problemática hay, también, fenómenos de corte cultural, como la construcción de la identidad machista del hincha, que asocia el honor con la necesidad de demostrar que son "machos" y no "putos" (homosexuales).
"Para demostrarlo tienen que ser capaces de combatir, y el combate fue incorporando en los últimos años las armas de fuego", ahonda el antropólogo, quien añade que la economía y los favores políticos son actores no menos importantes a la hora de analizar las raíces de la violencia en el fútbol.
Daniel García tenía 19 años cuando fue asesinado por un grupo de hinchas violentos del Morón y del Tigre que asaltó el autobús de aficionados del Platense en el que viajaba para ver un
Argentina-Chile en la ciudad uruguaya de Paysandú en julio de 1995.
Su muerte es para su madre, Liliana García, una de las primeras pruebas evidentes de las relaciones entre política,
violencia y fútbol: "Eran todos trabajadores del municipio de Morón, que respondían al exintendente. No se investigó porque desparramaron millones de pesos para que la causa no prospere".
García fundó la asociación
Familiares Víctimas De Fútbol Argentino (Favifa) en busca de justicia, pero después de casi 22 años y con la causa prescrita se siente impotente, especialmente cuando repasa las medidas políticas que se implementaron durante los últimos treinta años.
"Se sostuvieron sobre el control y la prohibición. Esto significa que se pensó en sujetos que tienen que ser controlados", explica la madre de Daniel. Czesli coincide con ella en que en las últimas décadas las políticas no abordaron las cuestiones culturales y habla de una oposición errónea entre "enfermos" y aficionados comunes.
Las políticas efectivas pasan por una mejora de los procesos judiciales, según el experto, pero sobre todo por un trabajo en el plano cultural: "Hay que desarticular la idea de que las hincadas no están juntas y trabajar desde las escuelas, en cómo se lidia la relación entre enemigo y adversario".