El
Girondins de Burdeos entraba en declive a finales de 2017, algo que proseguía en el nuevo año, cuando llegó a acumular solo una victoria en los últimos ocho encuentros, siendo eliminado de la
Copa de la Liga por el
Tolouse y de la
Copa de Francia por el
Granville, un modesto club francés que milita en la
Cuarta división gala.
Fruto de ello, el técnico
Jocelyn Gourvennec fue sustituido y se sondeó el mercado en busca de un nuevo entrenador. El elegido fue
Gustavo Poyet, un viejo conocido del
Betis, el cual no dejó buenos recuerdos en
Heliópolis y que venía de dirigir al
Shanghái Shenhua de la
Liga China.
El uruguayo era anunciado como nuevo técnico el 20 de enero y debutaba en los banquillos de la
Ligue 1. A partir de ahí, el
Girondis ha mejorado mucho, ya que encadena cuatro victorias consecutivas (una de ellas con el interino) y mejora su posición en la tabla. Antes de la llegada del exentrenador verdiblanco, los del
Matmut Atlantique se encontraban 13º con 23 puntos y solo dos por encima del 'play off' de descenso. Tras cuatro jornadas han escalado hasta la séptima posición y dejan la zona baja 10 puntos atrás.
Los pupilos de
Poyet comienzan a mirar hacia arriba y solo están a tres puntos del
Nantes, que es quinto y ocupa una plaza que podría dar lugar a disputar la
Europa League si uno de los cuatro primeros clasificados de
Liga ganan la
Copa o la
Copa de la Liga.
El juego del conjunto galo se caracteriza ahora por su alta presión, su juego por las bandas y las triangulaciones en los últimos 30 metros de la fase ofensiva. Además, al extécnico del
Sunderland no le tiembla el pulso con sus jugadores, ya que ha hecho que pesos pesados como
Toulalan y
Jovanovic se hayan marchado del equipo y ha dado la titularidad a futbolistas menos habituales como
Pablo y
Koundé, este último con un futuro prometedor.
Parece que esta vez
Poyet sí va en serio.