El plan de
Rubi, con un 4-1-4-1 con
Guido de pivote, falló de inicio por una aplicación deficiente, sobre todo en la contención, por la ausencia de cohesión entre líneas, potenciada por la discreta intensidad, lo que concedió espacios a un
Rayo que supo aprovecharlos con asociaciones en corto y abriendo el campo.
Había una enorme laguna entre la segunda línea verdiblanca y el mediocentro, un
Guido en fase de acoplamiento. No funcionaban las transiciones, con
repliegues demasiados lentos, lo que generaba superioridades del
Rayo en cualquier acción, ni tampoco la propuesta ofensiva, pues el equipo se sentía incómodo en la limitada proporción de campo que le concedía un cuadro rayista con la defensa muy adelantada.
La ausencia de precisión en el juego impedía cogerle la espalda a los madrileños y trenzar jugadas que desarbolaran una resistencia muy arriesgada. Sólo percutía por la izquierda con
Álex Moreno, aunque sin generar peligro por las carencias citadas anteriormente. Necesitaba más tensión, la que no tuvo en el 1-0 en el primer minuto e imprimió en cuanto se vio por detrás en el marcador.
Aceleró la marcha y casi de inmediato disfrutó de tres ocasiones de gol.
Fekir asumió el peso y el
Betis apretó en la presión, forzando pérdidas, pero fue demasiado efímero y
Rubi decidió jugársela al quedarse sin pivote para acumular futbolistas arriba. El riesgo le valió para forzar la prórroga, en la que recuperó el orden con la entrada de
Edgar y parecía imponer la lógica impuso con un latigazo de
Loren, pero persistió la carestía de concentración y el
Rayo se lo hizo pagar.