Por más que se trate de una oportunidad para los menos habituales, la ausencia de motivación siempre se acusa en este tipo de encuentros sin alicientes trascendentes, lo que nunca debe servir de excusa pero que refleja la realidad. Este factor repercutió en la baja tensión de los sevillistas, inferior a la de un
APOEL con el acicate de estrenar entrenador, y, por ende, en el ritmo de juego, demasiado lento como para sorprender aunque enfrente estuviera un limitado rival.
Un déficit, la falta de velocidad en la circulación, que arrastra el
Sevilla de
Lopetegui habitualmente, si bien en
LaLiga lo compensa en cierto modo con la visión y la profundidad que ofrecen jugadores como
Banega. Ayer no existía ese recurso ni tampoco la llegada por banda, porque tanto
Escudero, que mejoró luego, como Pozo se mostraron tímidos y
Bryan, que se movió por ambos costados, apenas si desequilibró.
Ante este vacío, , mostrándose y tratando de aliarse en zona de peligro, si bien no encontró socios. Porque Chicharito estuvo voluntarioso pero no hallaba su sitio y tendía a coincidir con Rony al retrasar la posición cuando debía estar en zona de remate.
Tras el descanso entraron
Dabbur y
Óliver, pero no varió el escenario, pues la actitud persistía y además el israelí desaprovechó un penalti, pagado poco después con el tanto del
APOEL a balón parado.
Ni siquiera el 1-0 agitó a un Sevilla plano, sin una pizca de chispa para reaccionar, lo que obviamente no le quita la razón a la gestión del plantel de
Lopetegui.