Lopetegui se ha tomado la licencia de reinterpretar el tan típico ripio futbolístico de que
'la mejor defensa es un buen ataque' con un cambio de orden de los factores que no ha alterado el producto en ningún caso. Más bien al contrario, porque los resultados acompañan indiscutiblemente a su apuesta de construir el equipo desde atrás y armar un bloque en el que la procedencia del gol no entiende de posiciones ni encasillamientos.
Habrá a quien no le guste su conservadurismo ni que haya terminado con un falso 'nueve' o que siempre exista la sensación de que sufre en los finales por las embestidas desesperadas del rival, pero la realidad dista de estas apreciaciones, porque habla de un
Sevilla increíblemente sólido, que suma ya
11 partidos sin encajar, merced a un entramado de contención brillante rematado por una zaga descomunal.
Una defensa que ayer elevó a la máxima expresión su relevancia, manteniendo su firmeza atrás y adquiriendo protagonismo en el otro área, con los dos centrales con participación en el gol y varias acciones de un
Koundé excepcional. En este sentido, el equipo se sostuvo sobre su carácter rocoso a pesar de que
Lopetegui acumuló creatividad en la medular al unir a
Banega,
Óliver y
Mudo con el objetivo de suplantar la aportación de
Ocampos con más control y visión.
Lo entendió el
'Mudo', que se ofreció entre líneas para romper la resistencia y abrir los carriles, fórmula que funcionó en ocasiones en una circulación previsible. Para arreglarlo dio entrada a
Bryan Gil, y a
Gudelj cuando el equipo empezó a romperse, soluciones acertadas el día que se confirmó que el mejor ataque del
Sevilla es su defensa.