Suele decirse que el original siempre gana a la copia y, desde luego, lo que pasó en el
Coliseum lo convirtió en un axioma del que conviene aprender bien la lección.
Caparrós planteó un partido incómodo en su visita a un incomodador nato, al rey del juego trabado, y lo pagó caro. Salió a no exponerse mucho, suplió las importantes bajas de
Carriço y
Sarabia con
Kjaer,
Sergi Gómez y
Amadou, para armarse ante el juego directo, las segundas jugadas y las contras del Getafe.
A buen seguro,
Bordalás tiene mucho del
Caparrós del Sevilla o del Athletic (espartano atrás, rápido y efectivo arriba); pero, a día de hoy, tiene mejores herramientas para ser más caparrosiano que el propio
Caparrós. Animado quizás por la garra exhibida en el tramo final del derbi, el utrerano ideó una vuelta a sus orígenes que esta vez no salió bien. Sacó músculo, pero era sólo eso, mero físico sin esos
automatismos que sí tienen los locales. A la media hora ya tenía cinco amarillas y llegó al descanso con uno menos por la roja a
Escudero, con 2-0 en contra por culpa de dos penaltis regalados.
En la reanudación había mucho que cambiar. En defensa, porque jugando con 10 y con cuatro amonestados cualquier falta sería un drama o, lo que es peor, podría haber miedo a meter el pie. Pero también en ataque, pues en el primer acto generó sólo chispazos aislados. Perder la conexión
Navas-Sarabia es un gran hándicap. Con
Mercado de lateral y el '16' por delante, ofrecía una versión más vertical que con el madrileño, más impredecible y mejor llegador. Ese rol lo buscaba
Munir, que caía a la izquierda, pero la zaga de los madrileños estuvo impenetrable, sobre todo
Bruno y
Cabrera.
Banega fue sacrificado y entró
Promes para abrir el campo con un 1-3-4-2. Demasiado estirado para abrir grietas en un pétreo muro. Todo se redujo a individualidades y ahí el
Getafe sacó su versión más agresiva y asestó rápidas transiciones con el Sevilla descolocado.