Salvo que uno de los dogmas del amateurismo sea el de no preparar los partidos,
Sampaoli culminó ayer la transformación total de aquel ambicioso discurso que le llevó a prometer, a bombo y platillo, un
Sevilla "extremadamente ofensivo". Ayer en el
Camp Nou no fue ofensivo y defensivo es que ni sabe serlo. No tiene trabajada esa faceta. Era el cuarto choque ante el
Barça esta temporada, pero el
Sevilla no supo nunca qué hacer.
Resulta difícil explicar su plan. Salió sin delanteros, con el voluntarioso Correa como hombre más adelantado y con el resto a no más de 30 metros de
Sergio Rico. No presionó arriba, tampoco juntó sus líneas, por lo que, a pesar de que les esperaban atrás, los locales tuvieron tiempo para tocar, girarse, conducir y pensar sin que nadie les molestase. Contemplativos (
N'Zonzi y
Nasri no corren y ya apenas andan), sin intensidad, sin hacer faltas... el 3-0 a la media hora no sorprendió a nadie. Y menos viendo el despeje del tercero o la defensa del segundo tanto.
Todo eso, sin balón. Con la pelota, aún fue peor. Le quemaba. Tan atrás, la posesión se traducía en intentar dar dos pases seguidos sin sucumbir a la presión alta culé y que
Correa o
Vitolo arrancasen en su campo, más con la idea de avanzar yardas, que con confianza real en sortear a medio
Barcelona y probar a
Ter Stegen. Para colmo, cada pérdida dejaba en evidencia la capacidad de repliegue de un equipo que no se desperezó hasta la segunda mitad, ya sin
Nasri y con
Sarabia, que puso algo de amor propio, pero sobre todo con un
Barcelona que vio el partido más que sentenciado y levantó el pie del acelerador para pensar en cuitas futuras. El equipo se le ha caído por completo... y
Jorge Sampaoli poniendo condiciones para seguir.