A Gaby Calderón le reconozco los méritos obvios. No tengo nada en contra de uno de los mitos vivientes en verdiblanco, un jugador mayúsculo que derivó en técnico de Ligas y equipos menores. El argentino ha frenado la caída libre del Betis, ayudado en gran parte por tres buenos fichajes invernales, y recuperado a jugadores que parecían causas perdidas, como Jordi Figueras o Dídac, al tiempo que logró por unas semanas que la crónica de un descenso anunciado pospusiese y dignificase su rúbrica. Pero no ha hecho nada reseñable para ganarse la renovación. Nada.
Las comparaciones con Garrido dejan en muy buen lugar al actual entrenador heliopolitano, que supera, incluso, los registros de Mel este curso. Con la continuidad apalabrada en caso de permanencia, en Segunda no puede ni debe apostar el club por un profesional de su perfil. Entonces, hará falta alguien que espolee, no que edulcore. Y, por encima de todo eso, que no se queda sin explicaciones tras una derrota, que no suelte tópico tras tópico en la sala de prensa y que crea en la cantera de verdad.
Porque no me valen los golpes en el pecho y los brindis al sol (léase entrenamientos vespertinos con los chavales) si luego prefiere a Chica a pierna cambiada antes que al mejor lateral zurdo que ha salido de Los Bermejales en la última década. Que Varela haya sido varias veces el descarte en la lista bética, tras salirse con el filial con Calderón y Anzarda como espectadores de excepción, da que pensar. Quiero creer que no se trata de un castigo por no renovar, porque los intereses colectivos son siempre la prioridad (Cañas o Adrián en la 12/13). Y, ahora, siga convocando a juveniles para hacer bulto.