A ver quién es capaz de encontrarle una explicación racional al fútbol. Un equipo muerto, en profunda crisis, sin atisbo de solución. Una institución bombardeada desde fuera, y salpicada de presuntos escándalos que salen desde dentro, con la sensación de ir a la deriva. Un
director deportivo cuestionado por una planificación con importantes lagunas. Unos
jugadores muy por debajo de su rendimiento, con aptitudes puestas en entredicho y sin la más mínima actitud en el campo. Un
vestuario sobre el que corren rumores de todo tipo y presunta división interna. Una
afición crispada, enfadada con razón y temiendo el hundimiento de un grande de
Europa tras más de una década de gloria. Y un
entrenador recién llegado desde Italia que no habla castellano y que, hasta el triunfo ante el
Atlético de Madrid, parecía no haberse enterado de la película.
Ni los propios sevillistas confiaban en el Sevilla de
Montella en su cruce copero ante el Atlético de Madrid. Se esperaba otra bochornosa goleada y, de repente, el técnico italiano se orienta, pone a los mejores, fluye el orden táctico, enchufa a su plantel, saca el amor propio de sus futbolistas y el
Sevilla vuelve a ganar al
Atlético en su estadio después de muchos años sin doblegar a los colchoneros.
Llega un balsámico triunfo que abre la puerta de salida a una grave crisis y que devuelve la autoestima a una institución que se juega en su estadio -y con ventaja en el marcador-, la posibilidad de jugar otra semifinal copera.
¿Otra vez? Sí, otra vez, habrá pensado aliviado el presidente
Castro. Es sólo un partido, pero un partido con mayúsculas ganado contra viento y marea que despierta la grandeza, la confianza y la fe en el
Sevilla.
Los defectos están vivos. El
Sevilla rara vez mantiene la concentración y la continuidad en su juego un partido completo, y además tiene graves carencias en las dos áreas: le cuesta definir en la ajena y no se muestra contundente en la propia. Correa ya falló un mano a mano en la primera parte ante
Moyá, pero en la segunda logró el tanto de un triunfo que puede tener un gran valor.
Ayuda la mejor versión de
Nzonzi, del
Mudo Vázquez, de
Lenglet, de
Sarabia o de
Sergio Rico. Pero al margen de las individualidades, tácticamente se nota por primera vez la mano de
Montella y cuando un equipo funciona como equipo, todos sus futbolistas parecen mejores. Ni en los tiempos de gloria el conjunto sevillista había logrado tumbar a los del
Cholo Simeone, que había recurrido a su mejor once para tratar de cerrar la eliminatoria en el Wanda.
En el abismo, el técnico italiano se ha orientado y se gana el beneficio de la espera. Gana tiempo, que en el
Sevilla fluye a una velocidad superior porque sigue vivo en las tres competiciones, y gana el crédito suficiente para que
Óscar Arias fiche y apuntale un plantel con carencias en el eje de la zaga y en la delantera. Queda la vuelta y nada está decidido, pero cuando nadie daba un duro por el Sevilla de
Montella renace por arte de magia, de esa magia que hace tan irracional al fútbol, el espíritu competitivo y el alma de un equipo campeón.