Amigo Marcelino

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Amigo Marcelino
- 28/02/2015
El fútbol es, en no pocas ocasiones, tremendamente caprichoso. Ayer, pese a que nadie lo deseaba y a que existía un pírrico 6% de posibilidades, el bombo emparejó a Villarreal y Sevilla. La eliminatoria será especial porque España se quedará con un solo representante en la Europa League, por tratarse de dos equipos de un rendimiento casi gemelo que se conocen a la perfección y que se enfrentarán tres veces en muy pocos días; por contar los castellonenses con un 'crack', Cheryshev, que no pasó de paquete en Nervión; y, sobre todo, por estar dirigidos por Marcelino García Toral.

Resulta extraño, de primeras, que en un club se le guarde tanto cariño a un técnico foráneo que estuvo apenas seis meses en el cargo, que cayó con estrépito en la ronda previa del torneo continental, ante el Hannover, y que navegó por la Liga con mucha más pena que gloria. Es raro. O no. En realidad, el entrañable asturiano tuvo aquí bastante más de víctima que de culpable. Se encontró, de súbito, con un plantel diseñado para otro entrenador (el escurridizo y 'loco' Bielsa), no halló una respuesta a su única petición (Gio, ese punta que arrastra a los centrales, tan determinante en su sistema), sufrió las bajas durante meses de Kanouté y Negredo (con lo que tuvo que jugar con Manu del Moral muchos partidos como único punta, sin ni siquiera serlo y sin ni siquiera asomarse a la suela de los otros dos) y fue engullido por un vestuario maleducado y tragón, al que tampoco Míchel supo enderezar y que sólo pudo sanearse mediante demolición.

Marcelino no es sólo un notable técnico que sacó al Villarreal del infierno para instalarlo de nuevo en la elite, donde sigue en pie aún en las tres competiciones; es, para quien ha tenido la suerte de conocerle, un tipo sin igual e incontaminable en un mundo del fútbol tan caprichoso como turbio y traicionero.