Se le ha reído demasiado tiempo la gracia al
Getafe. Quizás condicionados por el mérito de instalarse en una zona alejada a la que se le presupone, de aspirar con cierta continuidad a objetivos impensables para un club como el azulón, y por
el extraordinario rendimiento que
Bordalás ha extraido a diferentes plantillas.
Yo mismo y otros muchos pensamos años atrás en el técnico alicantino para Sevilla o Betis. No hay nada de malo en ello,
cada momento tiene su propia realidad, y la del Getafe ha evolucionado hacia una dirección en la que
los límites ya se han difuminado demasiado y la idea de equipo ordenado, sólido, rudo,
ha tornado hacia una filosofía degenerada en la que se aplaude a un futbolista que ha realizado una entrada brutal a un compañero de profesión.
A veces ocurre, que
cuando un concepto funciona se insiste tanto en él que se deforma, que pierde la esencia inicial, la que sí podría resultar atractiva por los resultados conseguidos.
Pero es que esta temporada ni siquiera le renta al Getafe una propuesta cada vez más desvirtuada. La actitud del equipo contra el Sevilla lo refleja.
Una batalla sin más argumentos que la batalla en sí. Sin importar las consecuencias. Casi a cualquier precio.
Y claro que
Djené no buscó lesionar a
Ocampos, pero
esa pasada de vueltas con la que entra es la consecuencia de haberle reído la gracia demasiado tiempo al Getafe, de que se le haya consentido por parte de los árbitros
vivir con la punta del pie más allá de la línea de lo permisible. El sábado mismo le perdonaron varias tarjetas por acciones punibles, como a
Nyom, que no desaprovechaba la oportunidad de dejar su huella en casi ninguna acción, e incluso
Martínez Munuera no pitó ni falta en la acción contra Ocampos.
Lo ocurrido contra el Sevilla, que no es sino un capítulo más, debe servir para mirar de una vez por todas con la perspectiva correcta
una conducta que no responde en ningún en caso ni debe considerarse una apuesta futbolística lícita. No, al menos, en estos términos.